martes, 26 de junio de 2018

Oh, Porto! Viva Sao Joao!



Hola a todos. Hemos pasado un gran fin de semana en Oporto. Es incluso difícil saber por dónde empezar, pero lo más fácil es ir cronológicamente. Vaya por delante de que Oporto es una de los secretos mejor guardados de Europa, una ciudad sin mucho turismo, con muchísimo que ver, gente muy amable y una calidad-precio difícilmente batible en Europa Occidental. Si tuviésemos que vivir fuera de España, Oporto sería una de nuestras opciones prioritarias. 





La verdad es que el fin de semana no empezó excesivamente bien. En el vuelo de ida nos tocó cerca la persona con la voz más desagradable del mundo, una tía que hablaba a gritos y no callaba ni debajo del agua. En mi vida he visto a una persona ser capaz de tocarle los cojones a ocho filas del avión por delante y por detrás simplemente a base de hablar a todo pulmón. Afortunadamente me he comprado unos cascos con gran cancelación de ruido y de esas 16 filas, quizás fui el único que solo la escuchaba muy de fondo - mientras el resto del pasaje fantaseaba con comprar tres latas de fabada en el peor economato de España, hacérsela tragar y luego meterle la lengua por el culo. Por el tono de voz parecía una señora myor pero qué va, no llegaría ni a 40 años. La gente se quejaba a gritos de ella pero no se daba por aludida, era acojonante. Si el infierno existe, la gente hablará como la tipa esa.

















Encima llegamos y se pone a llover. Traíamos ropa como si fuese verano estricto y nos preocupamos. Una rápida visita a una bonita calle comercial muy cerca del hotel solucionó el problema de inmediato. Cogimos el metro hasta nuestro apartamento, un coqueto piso en todo el centro de Oporto, dejamos las cosas, nos familiarizamos con algunas de las costumbres de Sao Joao (de eso hablaré más adelante) y nos fuimos a probar la gastronomía local. Ya sabíamos que la comida portuguesa era estupenda, así que solo se trataba de confirmarlo. También fuimos a la Librería Lello, uno de los lugares donde se rodó Harry Potter. Es una de las librerías más bonitas del mundo, eso se lo doy, pero he visto sitios mejores. Para mí, Strand, en New York, sigue siendo la máxima referencia en librerías, y eso que es de segunda mano. De todos modos solo por haceros unas fotos y explorar un poco, la visita a Lello merece la pena. 

Solucionados todos nuestros problemas - de vestuario, de hambre, de tener que aguantar a la tipa esa - y tras dar un primer paseo por la ciudad nos fuimos a dormir una siesta de campeonato. Una de las mejores de la historia. Tanto fue así, que directamente nos fuimos a cenar con la calma a un sitio precioso elegido por Belén, llamado éLeBê Entreparedes. Local elegante, comida de primera, camareros atentos... lo pasamos muy bien. De ahí decidimos que lo suyo era tomarse una copa y tirando del móvil llegamos a The Royal Cocktail Club, en el centro de la ciudad. Madre mía, qué cócteles más bien puestos, qué música más bien elegida aunque no fuese mi rollo, qué bien todo. Hay que volver, o directamente montar uno en Barcelona. Luego fuimos a otra discoteca, pero era pachangeo puro, se podía fumar dentro... era como si fuese 1986. Lo pasamos bien, en definitiva. También tuvo gracia que un amigo que vive en Australia me dijo por Instagram que fuésemos a un bar y estábamos a 50 metros. Inmediatemente le mandé una foto y flipó. No se lo podía creer.
























El sábado era la celebración de Sao Joao, pero a esa parte ya llegaremos luego. Hicimos tres cosas muy interesantes antes de la fiesta de marras. Uno, fuimos a la Catedral de Oporto, muy bonita por fuera y no tanto por dentro, pero pagando tres euros accedes a un Claustro impresionante, con buenas vistas, muy bien conservado, que da gloria verlo. Por segundo día consecutivo nos encontramos con gente de Montreal, Canadá. Les pregunté que qué pasaba, que si había vuelo directo y dijeron "sí, lo hay". Información a retener para próximas aventuras - aeropuerto potente, conexión con América. Segundo, fuimos a comer a un sitio con seis mesas llamado Taberna dos Mercadores. Pedimos un arroz de marisco que estaba muy bueno, pero luego probamos un arroz de pulpo (cambiando un plato con unos andaluces de la mesa de al lado) que estaba incluso mejor. Tercero... ¡El Palacio de la Bolsa! Una auténtica pasada de edificio, con una de las salas más bonitas que haya visto en ningún palacio nunca. La visita es guiada y un poco cara, nueve euros, pero vale cada céntimo que gastes. Toda una sorpresa, porque no impresiona tanto por fuera.



















Hubo tiempo más que suficiente para otro siestorro antes de la gran fiesta de Sao Joao. Es algo inexplicable y creo que impensable en España, aquí acabaríamos a hostia limpia en menos de media hora. La gente, o sea, todo el mundo, compra martillos de plástico, de juguete, y se pasa toda la noche dándole martillazos a la gente en la cabeza, los conozcas o no. No es una cosa que hagan solo los niños, es todo el mundo. De repente ves a un señor de 70 años con su martillo de juguete pegándole golpes a perfectos desconocidos y todos sonriendo. El buen rollo de la fiesta es impresionante y espero que nunca se pierda la magia. Es como si una ciudad entera volviesen a ser niños y se pusiesen a jugar de forma muy absurda. Cero malos rollos, y eso que Belén pudo darle con el martillo a 300 personas, tranquilamente. La gente lanzaba farolillos al cielo - supongo que los habéis visto, se calientan y salen despedidos hacia arriba como si fuesen una linterna - y a las doce de la noche hubo un espectáculo de fuegos artificiales como hemos visto pocos. Antes de eso comimos al lado del piso - Belén es una gran fan de las sardinas asadas y yo me pedí una francesinha, el sandwich típico de Oporto: pan de molde consistente, carne y embutidos indeterminados a punta pala, queso fundido por encima, una salsa hecha de cerveza y tomate, un huevo frito por encima y patatas aparte. Una guarrada de primer nivel, pensaréis. Pues estaba muy bueno, repetí al día siguiente. Total, al final estuvimos haciendo el monguer hasta las cuatro de la mañana y nos comimos un bocata de Dios-sabe-qué-carne-es-esta por el camino. 






Como nos íbamos tarde el domingo y tampoco acabamos muy mal, madrugamos para hacer algo que es fundamental en Oporto: visitar una bodega. Hay muchas, pero con ver una están vistas todas. Decidimos ir a la Bodega Ferreira (pronunciado frrrrrrrrrrrrrrra) porque nos venía bien por ubicación, es la más grande y estaba abierta con un 100% de probabilidad. Nos hicieron una visita guiada explicando los distintos tipos de vino de Oporto - por cierto, le echan aguardiente, qué huevos tuvo al que se le ocurrió la idea - y una cata de los tres tipos que hay: blanco, ruby y tawny. Conocimos a una familia brasileña muy simpática que hasta sacó a su hija de una furgoneta fuera para que la conociésemos. Supongo que a la niña, que estaría enchufada a un iPad, le hizo la misma gracia que a Pérez Reverte presentar un telediario en TV3. Tras un pit stop en un mercado cogimos un telesférico hacia un misterioso edificio que hay en lo alto de la ciudad y pudimos ver el puente principal de Oporto, hecho por Eiffel, el mismo jipi que hizo la Torre, claro. Cruzamos el puente - Belén estuvo torera, ganándole al vértigo por 4-0 - y fuimos a comer a un sitio local antes de dar un paseo en barco. Por tierra, mar y aire, vaya. 










Volvimos con la intención de volver, claro. Obviamente, en los vuelos de Ryanair siempre pasan cosas. Esta vez no estaba el amplificador humano desagradable, pero sí nos tocó una señora de nuestra edad que tenía el último asiento del avión y, ole su coño moreno, decidió subir por la parte delantera del avión. Joder, si vas la última y está la opción, sube por detrás, chocho mío. Nosotros teníamos la fila 25 y subimos por detrás, para encontrarnos a esta chica intentar pasar como si fuese Gengis Khan conquistando Persia. Claro, chocó con nosotros, en este caso con Belén, pero la tía no podía ni esperar a que pusiésemos la maleta. Al final pasó diciendo que éramos unos maleducados y unos desagradables cuando sugerimos que hubiese entrado por la parte trasera. La lógica, amigos, es lo que muchas veces separa a un viajero experimentado de una hija de la gran puta, y este es un buen ejemplo. En el pecado estuvo la penitencia - seguro que salió la última del avión, y encima tiene que vivir con la lacra social de ser una imbécil integral, cosa que, desgraciadamente, aún no tiene cura. 





Recomendamos visitar Oporto y volveremos pronto, espero. Este fin de semana estamos en el VIDA Festival y servidor de ustedes se va a Londres a ver a The Cure, Editors, Interpol, Ride y Slowdive en uno de los conciertos más apetecibles de la historia. ¡Y en nada comienza la aventura asiática, ojo con eso! Habrá espectáculo del bueno...




PD: Aquí podéis ver la rebelión de Belén en la puerta de la Catedral, con toda la razón del mundo. Podéis opinar de esto - o de cualquier otra cosa - en el campo de comentarios, justo debajo de estas líneas.

4 comentarios:

  1. Jo, no me acordaba lo bien que me lo paso leyéndote.
    Sin pretenderlo ha sido un momento muy gratificante leyendo y escuchando a Radio Futura.
    Además tengo la suerte de ser de esos que saben saborear un buen momento que te da la vida.
    Muchas gracias Javi.
    Me gustaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  2. Gracias! Seas quien seas, me ha encantado!

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  3. si es que me encantais!!!!!!!! he bebido cada segundo y cada letra!!!!! oportooooooo me chiflaaaaaa!!!!!! me alegro que lo hayais pasado en grande.. y que os sintieseis como enanos con los martillos jejejjeje que razon tienes javi en que aqui terminariamos a ostia limpia jejejjejeje, por cierto.... la francesiña pa mi que la invento un frances!, en el norte de francia hacen el mismo plato pero con la salsa de queso a rabiar!!!!! los portugeses para mi lo han mejorado! ¿quizas de ahi el nombre?? un beso pareja!!!!!

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  4. Cómo me ha gustado y me he reidoooo con la niña Belén dándole al martillo a tokiski jajajajaja.Cómo mola esa fiesta y todo.Creo que hay que ir a Oporto y pasarlo pipa como vosotros que sois únicos!!!

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