miércoles, 9 de agosto de 2023

Días 6-7: Tour de force por Cantabria y Asturias



Hola a todos desde Ribadesella, tranquilo y pijísimo pueblo asturiano cerca de la frontera con Cantabria. Nuestro hotel, Don Pepe, tiene dos edificios: uno es para los superpijos con un bar que bien podría salir en Corrupción en Miami... pero nosotros estamos en el segundo edificio, mucho más cutre y sin aire acondicionado. Cuando hemos vuelto de cenar hacía más calor en la habitación que follando debajo de un plástico. Hemos abierto algunas ventanas porque preferimos que nos piquen los mosquitos antes que sudar la gota gorda.

Lo primero es lo primero: ayer tuvimos una experiencia asquerosa en Santander, en un bar llamado Chupi. Fuimos a pedir una mesa para cenar y el camarero, un señor mayor con el triple de kilos que de coeficiente intelectual (150 Kgs, 50 IQ más o menos) le respondió a Belén con gritos. Encima el dueño del bar dijo que no lo había visto cuando toda la acción pasó en su puta cara. Muy importante: si vais por Santander, nunca paréis en esta mierda de bar: no es solo nosotros, solo hay que ver las reseñas de Google.





Hemos dejado Santander tras disfrutar de un desayuno más que correcto en Le Petit Boutique, hotel de una estrella, 155 EUR la noche. Es verano y en Santander no perdonan, vaya. De hecho, la relación calidad-precio de la ciudad deja mucho que desear, la verdad. Nuestra primera parada del día fue en Santillana de Mar, considerado uno de los pueblos más bonitos de España. Llegamos temprano y pudimos ver las calles casi sin gente, con más reponedores que turistas. Pudimos disfrutar de un vaso de leche casi que recién ordeñada. Estaba buena, aunque creo que es la primera vez que pago 1.25 EUR por un vaso de leche. Recomendamos ir por allí aunque no sé, hay pueblos parecidos aquí y allá, muy medievales.






De allí nos fuimos a Comillas, pueblo de 2,000 habitantes y de lejos, lo más interesante que hemos visto en Cantabria. Su población claramente se multiplica por 10 durante el verano, y había un ciclo de conciertos potentes en el centro de la ciudad, hoy tocaba Diego el Cigala. En Comillas tuvimos una de cal y una de arena. La parte chunga es que no conseguimos ver el Capricho de Gaudí, que es el primer edificio que construyó. Google Maps, malditos sean sus putos circuitos a veces, nos metió por una calle imposible rematada por una bajada por un dudoso asfalto. Belén consiguió que saliésemos ilesos, menos mal, pero hay veces que no te queda más remedio que cagarte en el Google Maps, la tecnología y el mundo moderno.









Lo bueno es que visitamos el Palacio de Sobrellano, una joya escondida del modernismo. Solo se pueden hacer visitas guiadas, la nuestra era la de las 11:40. La guía repetió hasta cuatro veces 11:40, vamos los de las 11:40, venga, 11:40, así que no me quedó otra que devolvérsela.

- Perdone, señora, ¿es el turno de las 11:40? Sí, sí, ¿las 11:40?

+ Sí, por supuesto.

- Pero seguro, ¿las 11:40, no las 11:30 ni las 11:50? ONCE Y CUARENTA, ONCE Y CUARENTA.

+ Este tío es gilipollas.

- ONCE Y CUAREEENTAAAA, LOLO LOLO LOLOOOOOO, ONCE Y CUAREEEENTAAAAA.






El Palacio es una maravilla, construído por encargo del primer marqués de Comillas, Antonio López y López. El tipo nació pobre y pronto emigró a Cuba con una mano delante y otra atrás, pero hizo un fortunón acojonante y financió numerosas obras en Comillas, de ahí el alucinante número de mansiones y monumentos en un pueblo tan pequeño. El actual Marques de Comillas, un viejo rencoroso de 90 años que no quiere saber nada del pueblo, vendió el Palacio al gobierno cántabro. Todo en él es original menos los baños y la cocina, que tampoco se ven en la visita. Lo más destacado es una alucinante escalera de caracol modernista con motivos marineros. Es una joya escondida y merece la pena ir a Comillas solo para verlo. Si vais al de Gaudí, pues ya nos contaréis qué tal.

Pasamos por San Vicente de la Barquera, donde comimos el peor arroz de la historia. Miento, no nos lo comimos, nos lo cambiaron por otra cosa. El pueblo no está mal pero a estas alturas de Agosto está masificado. Tuvimos un malentendido en Llanes: yo pensaba que Belén había mirado qué hacer pero la verdad es que Llanes me tocaba a mí y no había preparado nada. Para no irnos de vacío nos fuimos a la primera playa que vimos de forma completamente aleatoria. Nos cambiamos rápidamente al lado del coche enseñando el culo en un parking y hala, al agua. Al salir me encontré con un amigo de Sevilla, Alberto Valle, que también estaba allí de paso. Tal fue el shock que ni hicimos fotos ni nada. Fue una suerte encontrárnoslo, pero más suerte fue que no nos viese 10 minutos antes enseñando el culo en un parking mientras me ponía el bañador.







Llegamos a Ribadesella y volvimos a la playa. Tuvimos un momento de pánico absoluto cuando una ráfaga de viento interrumpió nuestra habitual partida de cartas. Cuatro naipes salieron volando, bueno, y las dos cajas de cartas, mi sombrero del Prestoso y una lata vacía de Coca-Cola Zero. El caso es que conseguimos recuperar todas las cartas: les tenemos mucho cariño, las compramos en Vitoria en 2019 y han viajado con nosotros por todas partes. Resistieron.

Mañana vamos a Tazones, que es donde nació mi abuelo paterno, y acabaremos el día en Gijón. Veremos si me encuentro a algún Gancedo en el pueblo. De momento di mi apellido en la reserva para comer y lo pillaron a la primera, cosa verdaderamente difícil en cualquier otro sitio. Esto promete...

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